Como una obra de teatro que se ha ensayado con suficiente anticipación, un domingo cualquiera, con un clima incierto propio del nuevo trópico, las marionetas del circo se disponen a desempeñar su mejor actuación, reparten rompecabezas incompletos dentro de la muchedumbre, fingiendo ser los corderos del chiste, mientras que la muchedumbre actúa como un montón de hormigas en fila india detrás de un bocado de comida que jamás han de probar. Así, la tierra alcanza a dar una vuelta completa sobre si misma, el reloj alcanza a caminar una vez más su recorrido entero, el resto del mundo ha dormido y se prepara para despertar, mientras que en Colombia, la burla de los actores de chistes se efectúa furtivamente como un volcán en crecimiento. Pasan uno, dos, tres días, 14 de marzo se convierte en otro chiste que no causa risa, como los que estamos acostumbrados a escuchar los colombianos, en un país de ovejas con dientes de lobos, en un país donde el voto queda exagerado o silenciado por una señora o un señor con sentido de la patria errado, en un país donde se tiene en cuenta la educación dentro de los discursos de persuasión de los políticos, pero donde, en realidad, es más rentable mantener sin educación a la mayoría, con el fin de que no existan cuestionamientos, con el fin de que la gente no desarrolle su capacidad autosuficiente de discernir, en un país donde a los gobernantes les interesa de manera inminente que la ignorancia sea una proporción generalizada de las características sociales. La función baja el telón, de fondo una canción que dice: Falsas promesas, falsa moral, no lo dejes en manos del azar y dime dónde dónde iremos a parar.
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