Y cada vez que el narrador intentaba, seca ya la fuente de su inspiración dejar la narración para el día siguiente, y decía: "El resto para la próxima vez", las tres, al tiempo, decían: "¡Ya es la próxima vez!"

Alicia en el país de la maravillas. Lewis Carroll

martes, 8 de febrero de 2011

Y EN CALI, PICHO. Por Andre Muñoz, Mateo L. Elejalde, Checho Cardona y Andrés Galindo.

Finalmente el anhelado Diciembre comenzó a descontar sus días en el calendario y con el firme propósito de brindarle a mi esbelto cuerpo unas merecidas vacaciones, armé maletas y ubiqué mi brújula con norte hacia la Sultana del Valle, más específicamente a la casa del primo Caliche o, Picho, como le decimos cariñosamente.

Le envié un fax al primo con la intención de que se enterara de mi visita y sin mediar palabra, tomé rumbo hacia la capital de la salsa.

Luego de aproximadamente 6 horas de traumático viaje, me encontraba en la casa de Picho, quién me recibió con juguito de borojó como de costumbre.

“¡Mirá ve, quién llegó!” fue su saludo de bienvenida, acompañado de una sorpresiva invitación a tirar charco al Cauca.

Ya con los refrigerios guardados en la maleta de su Renault 18 modelo 94, arrancamos hacia nuestro destino, no sin antes haber llamado a Clemencia y Rocío, quienes eran amigas de la infancia de Picho.

Tiramos charco toda la tarde y ya en la noche nos dedicamos a hidratarnos con unas frías, que para la ocasión, cayeron como anillo al dedo.

Llego la hora de partir del Cauca, pero algo iniciados por el "ir y venir" de cervezas, decidimos rematar en la casa del primo, en dónde al son del Grupo Niche, la noche fue envolviéndonos en su manto de ocio y vida alegre.

Yo, todo un Chayanne Emilio Baygón de comuna, decidí tirar el anzuelo, y para sorpresa mía, logré perderme en las sombras con esa sirena de ojos claros, llamada Rocío, y de quién mi corazón se había perdidamente enamorado.

Le dí como a pelota de fútbol, toda la noche...

Al día siguiente, con el puntudo haciendo fuerza y con la cabeza en el pecho tibio de mi amante, me despertó el Picho, quién algo recuperado del guayabo matutino, me propuso levantarme para ir a buscar una cerveza para el guayabo, tal como lo haría el maestro Diomedez en los Recuerdos de ella.

De regreso, las sardinas, algo contentas, ya tenían el fogón montado, de repente les había entrado el apetito por sancocho de leña. Solo había que pelar el repollo y esperar a que el “levantamuertos” estuviera listo.

Yo, algo confundido, no sabía si pensar en Rocío o en el sancocho, y en un vaivén de mi mente retorcida, me dieron ganas de echar uno, sí, uno de esos pedazos de copete al sancochito.

Por fin el sancocho estaba listo, que deliciosas yucas, y ese caldo que se deslizaba por nuestras gargantas mientras observábamos a las muchachas pegadas, del hueso que le brindó sazón al almuerzo.

Ya era de noche, y con ella mi último día en la Sultana, así que decidimos festejar. Llegó la pólvora y unas cuantas botellas de licor, con lo que el jolgorio se dio por bien servido.

Fue una noche increíble, casi perfecta, que solo pudo ser opacada por un volador que fue lanzado por el primo, el cuál gracias a fallas técnico mecánicas tomó rumbo equivocado causando un simple mal de ojo.

Al día siguiente la realidad volvía a tocar a mi puerta, era hora regresar, de olvidarme de Rocío y de mis días de poca cordura, así que de nuevo tomé mis maletas, conciente de que yo tenía que volver a mi trabajó en Medellín y Picho en Cali.


1 comentario:

  1. Buena historia, pero deben manejar mejor los tiempos para hacerla más creíble, pues está atiborrada y parece que todo hubiera sucedido de una día para otro, por ejemplo que la llegada sea mejor contada, "acomódese, báñese y alístese que ya le tengo programa", un poco de picardía en la invitación y en los comentarios y la actitud del primo. observaciones: FAX en la era del Internet??
    Me parece interesante el juego del nombre Picho, pero deben al final poner mas picante...

    ResponderEliminar